UNA SOCIEDAD DESLIZÁNDOSE EN UN PAISAJE YERMO DE CULTURA
Año a año, el querer conocer, el saber, la educación se ha transformado en un amasijo de virulenta ignorancia y descortesía, en un no saber estar, en un continuo fluir de vergüenzas aceptadas y conformadas a gusto del vulgo. La vulgaridad se viste de abrigo de visón con zapatillas de andar por casa, es lo que tiene una democracia no ilustrada, donde las redes sociales y los programas televisivos, con princesas del pueblo y enorme descaro, ofrecen un espectáculo de descortesías y eunucos de la cultura.
Recuerdo aquellos años cuya asistencia al teatro suponía palcos y platea de mujeres de la pequeña o gran burguesía con su abrigo de visón, acompañadas de su marido encorbatado y trajeado, abrigo loden (modelo austriaco) y zapatos castellanos, frente al gallinero* de estudiantes, liberales, trabajadores e hijos de trabajadores en busca de la cultura y el espectáculo (seleccionábamos obras, días, sesiones, asientos, buscando lo barato a nuestra economía, ahorrándolo de otros posibles vicios*). Las puertas se cerraban para los que no llegasen a tiempo y el silencio se hacía notar. Nadie ni nada molestaba y los comentarios eran casi inexistentes, escuetos y en el más estricto susurro ilegible a los demás. Ellas/ellos los del abrigo de visón y el loden hablarían de su asistencia a amigos y familiares con el interés del burgués. Los del gallinero*, a veces, no teníamos más allá de los círculos culturales para comentar, pues el teatro no formaba parte de un amplio abanico de personas, por precio, por interés, por desarrollo cultural, etc.
Fuimos viendo como las funciones disminuían y el horario de las mismas, los teatros se quedaban parcialmente vacíos en algunas de sus sesiones y varios cerraron. La imagen y el cine se impuso, aunque los pequeños ilustrados seguían en la resistencia de la actuación en directo. Con el tiempo, se transformaron en salas para musicales, lo que les salvo de la debacle.
Hoy en día, los teatros, y sobre todo municipales, son un gallinero en el sentido más amplio de la palabra, con llenos de personas variopintas, algunas de ellas con muy poca o nula educación; tal vez, sea debido a la popularización debido al abaratamiento de la entrada (promoción culturo teatral de los ayuntamientos, reducción de precio a jubilados, estudiantes,…); cualquiera, sin un menor interés por la representación y más por presunción, aceden a una butaca. Los teléfonos móviles no paran de sonar a lo largo de la obra, personas chateando en plena representación y molestando con el brillo de la pantalla, murmullos que no son tales, pues se conforman en diálogos en voz alta. Y algunos llegan tarde, con lo que supone levantar al personal cuando las puertas deberían estar cerradas. Son los menos de los asistentes, pero haberlos haylos, en todas y cada una de las representaciones. En la obra del viernes 19 de noviembre (“Puertas abiertas”, interpretada por Cayetana Guillén Cuervo y Ayoub El Hilal), en el teatro José Monleón (Saramago) de Leganés, una mujer de setenta y algo de años, delante de mi butaca y fila, desde los primeros cinco minutos, chateaba y me enfocaba con la luz de su móvil, como si de un foco en plena oscuridad se tratase. Molesto, pero de buenas maneras, le llamé la atención diciéndole que por favor apagara el móvil; tres veces se lo tuve que comentar, pues seguía en las mismas y ni caso me hacía. Una cuarta, le toqué el hombro, por el abuso de su Alzheimer social. Se volvió con descaro y como si estuviera por encima del bien y del mal, y de cualquiera que pudiera afearle su conducta, y entonó su cántico a la mala educación: “Lo tengo silenciado, lo que tienes que hacer es dejar de molestar”. Claro, su poco vocabulario, interpretación, razonamiento, entendimiento y educación no le permite diferenciar entre silencio y desconexión, que es lo que se pide antes de empezar la función. Un señor, también mayor, le replicó diciéndole que ella era la que tenía que dejar de molestar; y su compañera le sugirió que lo apagara. A lo largo de la representación, otra mujer a mi derecha, un tanto alejada de mí, también se puso a chatear. Y, en la fila de atrás, en tres ocasiones no seguidas, sonó y sonó el teléfono de otra de las mujeres asistentes; y, en cierto momento, alguien comentó a otras incívicas que si no les gustaba la función se fueran, mas… son como el perro del hortelano, ni comen ni dejan comer. Muchas de estas actitudes también se han podido comprobar en las distintas representaciones en la muestra de teatro amateur organizada por Menecmos en Leganés y no este año, se viene repitiendo desde hace ya tiempo. Esto es un ejemplo de lo que viene sucediendo no solo en Leganés sino en otros lugares del Madrid al cielo. También reseñaré las carcajadas, cuando ante una bomba, en los atentados de París, los personajes se suben a la azotea del “Cubo”* escenográfico, parecía como si estuviesen viendo una de Lina Morgan (la obra tocaba el tema de los atentados yihadistas en París, el catolicismo, el islam, el maltrato, las migraciones, las pateras, las muertes… Claro, de mucha risa). Un vivo ejemplo de educación y saber estar, pero habían tenido tarde de teatro por dos duros* y jodiendo al personal. ¿Qué pensaría Cayetana Guillén Cuervo y Ayoub El Hilal?
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