Había meditado lo suficiente; y, aunque desde un primer momento lo tuvo claro, lo reflexionó una y otra vez, pues la reflexión siempre es oportuna y buena consejera.
Decidió el día y la hora de partida, con una ligera variación, pues de todos es sabido que en ocasiones, más de la cuenta, los transportes ni salen a la hora prevista ni llegan a la hora programada.
Subió los escasos peldaños, recorrió el pasillo y se acercó al asiento que le correspondía, al lado de la ventana, desde el cual vería el recorrido establecido. salvo por los dos niños, un tanto caprichosos y maleducados, el resto del pasaje mostraba el más absoluto silencio adulto, ensimismados en sus pensamientos, en el sopor del sueño o en la música que respiraba a través de los auriculares; silencio adulto sólo roto por las llamadas de los móviles. todo se desarrollaba cercano a lo programado, en una línea de tiempo prevista, un tiempo que se diluía del antes al después.
La hora de llegada se acercaba. La hora de salida, marcada en su billete, se presentaba en un segundo plano, pues los cálculos los basó en la hora en la que deseaba llegar al lugar fijado.
A la vespertina aparición de los periódicos la acompañó una noticia de última hora. Inesperadas circunstancias habían provocado un grave e imprevisible accidente y aquella meditación suficiente, aquella reflexión oportuna y buena consejera no llegó a su destino.
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