CORREO ELECTRÓNICO

miércoles, 29 de agosto de 2012

TUVE UN SUEÑO

Al despertarme, ayer mañana, tuve un sueño. Hacía un día entreverado, entre la calima de un incendio solar de verano y las lluvias de abril. La plaza se encontraba en obras, sus cascos levantados para satisfacción de un hacer consistorial; obras de un vaya usted a saber su por qué. Entre los insípidos adoquines, deambulaba un individuo de edad ya no temprana que levitaba en su propia complacencia, mientras sus flancos eran místicamente embadurnados de un sí señor. Sus florituras orales musicadas en el aire tórrido, ondulaban recreando un marco de metracrilato en el cual se vislumbraba el nombre del hacedor, el maestro de la orientalidad, el pontífice sucesorio, aclamado por la plebe de aquietadas reverencias que engatusaban la calima del incendio solar de agosto y las lluvias de abril. Todo era espanto, todo era sueño, todo era espejismo, todo era fuegos fatuos,... sus promesas, su levitación.  Un sueño de primavera sin festivo verano, sin música orquestada y sin fuegos artificiales. Y el orden estaba allí, camuflado, con porras y cascos, para la futura comprensión del pagano, reo de sus crisis y deseos. 

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