Las modas van y vienen,
aunque algunas van y se pierden por su carácter excesivamente temporal; la
literatura, los libros van y, si son buenos y tienen suerte, pasan a ser
clásicos. Algunos de sus temas son atemporales, se repiten, aunque desde otro
prisma, desde una sociedad más avanzada en cuanto a adelantos técnicos y las
maneras de enfocar el tema.
En “Fahrenheit 451”, de Ray
Bradbury, existe una compañía de bomberos dedicados no a apagar fuegos, si no a
incendiar libros, a quemarlos, por ser un peligro para la humanidad. Hoy, no es
necesario una compañía de bomberos como éstos, sólo se necesita embriagar a las
gentes con programas televisivos de mucha audiencia, mucha mierda y poco
interés cultural, social, pedagógico, informativo,… a lo que se suma libros de
marcado carácter erótico, libros banales, libros de acción desmesurada que
ayuda a desestresarse, libros de graciosos animalitos sin nada más que el
animalito gracioso, libros de políticos, libros de estrellas de la pantalla y
su dieta, y un largo etcétera. Todo ello aderezado con el escaso interés por la
lectura, la mala lectura de la que hacemos gala, el bajo vocabulario y el
mínimo conocimiento para interpretar lo leído,… Y… el libro molesto se
incendia, no sólo sus pastas y sus hojas de papel, todo él, su contenido arde
con el oxígeno contaminado.
“Los Miserables”, de Víctor
Hugo. Esa gente acanallada por la miseria. Esa sociedad de deshechos. Esa
podredumbre. Hoy, vamos más o menos limpios, tenemos casa hipotecada a muchos
años, si no la hemos perdido y la seguimos pagando, racionamiento de luz, gas y
agua, por las altas tasas e impuestos abusivos sin grandes resultados en
nuestro beneficio, hijos que tendrán que ponerse a trabajar, si encuentran
trabajo, por no poseer recursos para que poder estudiar en las universidades;
corruptela política, desinterés por el pueblo, por la clase obrera, una
sociedad de ándeme yo caliente y ríase la gente, políticos de medio pelo que
deciden por nosotros detrás de un voto de cuatro años, instituciones partidistas,
de escaso entendimiento; pedagogías baratas, actitudes políticamente correctas;
chamanes de la palabra; sortilegios penales para no caer en pecado. Miseria,
miseria, miseria; miserables, miserables, miserables. Víctor Hugo nos adelantó
algunos capítulos.
Somos capaces como “el
Lazarillo de Tormes” de casarnos con la querida del poder para recoger
migajones. Es fácil hacer la vista gorda.
Los Alonso Quijano (“El
Quijote”), los caballeros que se enfrentaron a molinos mueren de una triste
nostalgia que invade todos sus huesos, no entendiendo la verdad ni la mentira
reflejada en sus sueños e ilusiones y en sus luchas. Te señalan con el dedo, te
ensucian la coraza e intentan inmovilizarte con los humanos-cachivaches de
alrededor, al final, tu lucha no ha servido de nada.
“El Retablo de las
Maravillas”, de Miguel de Cervantes. Cuantas veces nos hacen creer ver lo
inverosímil para no caer en desgracia de caballero innoble.
“La Tierra de Jauja”, de
Lope de Rueda. Un vergel. Una luz después del túnel. Lechugas verdes, brotes en
la crisis.
“Crónica de una muerte
anunciada”. Tal cual la sanidad se privatice, quien pueda, se salva, quien no,
al hoyo. La educación, la justicia,…
“El perfume”. Nuestra vida
supone el elixir de una fragancia deseada por el poder político y económico.
Y en medio de la nada el
hombre y su batiburrillo de vida, en dirección opuesta al conocimiento, al
desarrollo de las capacidades que le hagan pensar, razonar y sacar
conclusiones, llegando a una crítica constructiva y con la visión globalizada
de una sociedad de todos y para todos; un “enano mental” de orejas caídas y
cabeza gacha. Dicha imagen prospera en esta democracia de un voto cada cuatro
años, sin mayor participación ciudadana. Y los libros mueren. Y sus temas
mueren. Y sus enseñanzas mueren. Se constituyen como incunables, tras las rejas
de una urna en la que se puede contemplar el pensamiento del hombre alejado del
propio hombre. Sólo son historias, anécdotas de un pasado y un futuro que no
llegó.
Y más vale callar, para eso
está el verdugo de la libertad de expresión, de cátedra,… un incendiario de
voluntades, coherencias y necesidades.
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