Democracia. Hoy asistimos a
una democracia pincelada y pixelada, donde se pierde el concepto básico para
pasar a una democracia en circunstancias e intereses personales sin dar
importancia al colectivo social en líneas generales. De esta forma y manera,
cuando penetramos en la crisis que nos absorbe, y en la que pernoctamos, los
razonamientos y planteamientos pasaron a ser de rancia y desvirtuada lógica.
Varios ejemplos pueden enmarcarse en ese estilo de interés peculiar. Los
recortes al sueldo de los funcionarios recibió la respuesta de un ¡qué se jodan,
ellos tienen un trabajo! o ¡para lo que trabajan! En las pensiones: ¡Son viejos
y necesitan poco! En los paros y manifestaciones, llegamos a molestarnos por
los trastornos que nos ocasionan, paros lógicos y manifestaciones necesarias a
pesar de los dolores de cabeza inoportunos en nuestra vida cotidiana. Podríamos
seguir enumerando otros casos, muchos casos, demasiados casos. Asistimos a una
democracia de escasa transparencia. Asistimos a una democracia donde el voto
mayoritario ¿se transforma en presunta dictadura de mayorías?, donde la minoría
democrática (sólo la democrática) lucha sola, separada y su dignidad no es
correspondida ni recompensada con la aceptación de su trabajo en miras de lo
que realmente debiera ser. Cada cual a su interés, un interés parcial y
subjetivo, donde prima el yo primero y los demás que se las arreglen por ellos
mismos. La venta de almas florece por estos caminos democráticos; abandonamos
la dignidad, el orgullo, la valentía por un cielo inexistente, un espejismo en
el que recrear una disculpa a nuestro infortunado hacer, sin importarnos las
personas que dejamos atrás con el culo al aire, sin importarnos lo más mínimo
su lucha, a la que tacharemos de tener problemas de índole personal con las
instituciones o con los cargos directivos. Variopintas razones florecen en esta
viña de disposiciones: Estómagos agradecidos (tú me facilitas algo, yo te
apoyo, te voto, te defiendo, me enfrento a tu oponente, miro a otro lado, no me
doy por enterado y callo); miedo al qué ocurrirá si yo…; Intereses de presente
o futuro (si yo hago esto, recibiré…); buscar la excusa dentro de los valores
generales de la familia (yo esto lo hago por mis hijos, sólo por ellos); soy
libre y tengo libertad para decir lo que pienso (aunque decir lo que pienso sea
un “hablar por hablar”); personas aparcadas, sin ninguna trascendencia y con
una vida gris, de escasa valoración personal, que a si se sienten necesarias,
aunque trabajen para el bando equivocado; algunas con el síndrome de Estocolmo
o con el hábito de la rutina; las que son remolcadas y arrastradas por empatía…
La disección es simple y sencilla. Voceamos “vivimos en democracia” y hago lo
que me place; acto seguido, nos atragantamos, nos congestionamos y tosemos,
ante dicha palabra.
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