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jueves, 24 de mayo de 2018

LA LLENGUA I LAS BÈSTIES

Un halo de amarga simpleza flanqueaba los sillones de sus señorías. La torpeza de sus pasos, de pies enfilados a diferentes puntos cardinales, daban una sensación de inconsistencia, mientras barruntaba una sonrisa cínica. Un retrato configurado por maldicientes conceptos a aquel o aquellos que en cuerpo y alma pertenecían al bestiario (charnegos, anti-independentistas, españoles,...), ridículas personalidades con el colonialismo comprometido, al que se sentía sometido que no elegido.
Era el cuarto de la familia, una familia de instintos primarios, salvo para lo económico; en dicho plano, la proa del barco se dirigía  a otros lares más de interés personal, rayando el aburguesamiento destemplado del siglo XIX y primeros del XX.
Aragón era una referencia histórica, creada sutilmente bajo el analfabetismo de esas clases privilegiadas que consideraban que, aunque el saber no ocupa lugar, las conceptualizaciones pusilánimes del yo frente al otro eran más ciertas por venir de la misma clase privilegiada que surgió en el medioevo y se alzó, como si de una habichuela mágica se hablara, hasta el ingenuo cielo.
Era el cuarto en la línea sucesoria, de sangre menos azulada. El primero hereda, el segundo al clero,... ¿y el tercero? ¿y qué decir del cuarto?
La frustración se lleva consigo. Si cayese rodando por las escaleras el 1º, el 2º y el 3º, el 4º se haría con el poder y podría crear su propia tiranía. Siempre ha sido así en la esencia del poder.
Se acercó al público de sus señorías, los escalones se torcían bajo la mirada del presunto inquisidor catalán. La rabia inyecta  en su sonrisa cínica y en su mirar por encima de las gafas.
La noche antes, se había limpiado los zapatos con detenimiento y placer por la futura investidura. Dicen que por los zapatos se conoce  los hombres y él no iba a ser menos.
La trona de oradores daba suficiente altura, lo mismo que un púlpito en las iglesias. No es difícil imaginarse esa sensación inequívoca de masturbación febril tras la aclamación o el rezo, tras un soy pecador y me arrepiento de cualesquiera de los múltiples ilusos tras la religiosa promesa de volver a sus orígenes, a un país de cuento en la fe. Las bestias serían controladas, lo infrohumano se relegaría a un proceso en la república bananera donde los negocios ahuyentados y esquivos pagarían la fractura  de un devenir caótico. Las juventudes ya doblegaban con palos a las bestias universitarias. Las bragas y pañuelos tapaban sus miserables caras, aunque las facciones se adivinaban en sus barruntadas. La ira se desataba por momentos, a pesar de predicar con la palabra paz. Si tu lazo desentona con el amarillo, te arriesgas a una pintada, una raya en el coche o a una visceral agresión. 
Una hacienda, en el filamento del futuro, que crujiera al advenedizo republicano catalán; un impuesto revolucionario a pagar para ser feliz, una felicidad dada por aquellos que tienen conciencia de clase. Ellos. Y él era el cuarto.
Su voz no se quebró; con cierta entonación melosa, coqueta y bélica a la vez habló de lo que había que hablar frente al bestiario de la oposición y del resto de España. Soy yo, el cuarto y lucharé por lo que hay que luchar. Prohibiré las bestias como los animalistas piden de los circos.
Una ovación salió de los sillones vacíos de sus señorías y de lazos amarillos. Las bestias, aunque intranquilas, comprobaban el poder absolutista del nuevo presidente.

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