DE LAS DOS ESPAÑAS.
Al principio de la pandemia, no dejaba de oírse en
telediarios, tertulias y redes sociales que después, de lo que estábamos e íbamos
a pasar, España sería diferente, en cuanto sus intereses, sus gentes, sus
costumbres, … Una nueva España, una España distinta.
Una ligera sonrisa se asomaba en mis labios cada vez que
escuchaba, en muchas personas de ideología distinta, dicha máxima; una sonrisa
más bien sarcástica. ¿Qué razones les llevaba a pensar que, después de dicha
pandemia y su sufrimiento, el españolito de a pie iba a quedarse con la copla y
rezar maitines?
A lo largo de la historia, en estas tierras mediterráneas,
de plazas y mentideros, el maldecir es el opio del pueblo, algunos lo designan
como marujeo, cotilleo, escarceo en camadería, murmuración, …. Hoy, unos de los
otros; mañana, los otros de los unos. No hay vecino ni buena amistad que se
libre del enjuiciamiento y patronaje*, de trajes cortados a medida del sastre
erigido en omnisciente.
El orgullo climático enarbola el conocimiento de todos al
hablar. El vecino nunca tiene razón. El vecino sufre de pediculosis.
El diálogo apenas pervive, después de soltar algunas frases
o parrafadas, las menos, aparece el improperio, un que si yo que si tú. Unas
veces directamente, otras a la chita callando, que ni es a la chita ni es
callando. Las vergüenzas anidan en el insulto, en las conclusiones erróneas y
en las clasificaciones. Hoy puedes ser un perro flauta y mañana un servil a la
derecha. Una España que no entiende de términos medios y de personas
razonables, o eres de un bando o del otro; eso de que uno sea crítico y no se
case por lo civil con una de las partes o sección de esa España de fragmentos
ideológicos, no les convence.
Lo normal* hace a los juiciosos anormales,
tintados de una enfermedad grave con ceguera incorporada, eso dicen. Amplían tu
currículo sin conocerte siquiera, todo es válido con tal de reforzar su estirpe
de poca humildad.
La trascendencia se mide en banderas. La bandera es como el
palito medidor de las atracciones de la Warner que exigen una altura
determinada para poder entrar. Es decir, que un enano* de cien años y de amplia
cultura queda empobrecido ante dichas manifestaciones, a no ser que lleve
tatuada la bandera en sus calzoncillos o tal vez en el pene; en las posaderas
no, pues las posaderas no es lugar idóneo, es una zona repugnante de flatulencias
y mojones.
Tal vez, sea el mismo clima mediterráneo, aunque todos
vayan a la misma playa.
Una España nacerá después de tanto dolor, miedo, …
La España del conocimiento años ha que se perdió. Cualquier
mindundi es capaz de apostillar lo que hay o no que hacer. No hay nada como el no
saber y entender de todo. Y si tienes algún estudio en tu haber, aunque
forzado, ¡el no va más! Titulitis de cartón piedra.
Las dos Españas se aporrean, tal cual el dibujo de Goya. Es
un duelo a muerte. Enterrados de rodilla a pies, para no poder escapar y, en la
mano, cualquier artefacto que valga para conseguir la derrota del contrario. En
la actualidad, el barro es el que enfanga la refriega y no es necesario armas
físicas, también las psíquicas son válidas para arrojar arena a los ojos del
contrario y cegarlo.
La mentira ya no es un privilegio.
Día tras día, año tras año, siglo tras siglo, habla del
furor del español, de la idiosincrasia de una España de púgiles deseosos de
llevarse el cinturón por ko, aunque éste sea solo técnico; todo vale, no
existen reglas. Aunque eso sí, que nunca falte la sonrisa cuando se cruzan
fuera de la arena del foso del Coliseum.
Una estirpe de guerreros, sin mesa redonda y con las
navajas izadas, cacerolas, insultos, desacreditación, mamporros, escraches,
escupitajos, …
La tormenta arruinó la armada española, no se mandó para
luchar contra las tempestades, mas la refriega fue esa.
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