Entiéndalo y entiéndanme bien.
Vicente del Bosque parece una persona sencilla, educada, creo que es salmantino, estuvo en el Real Madrid y, actualmente, es el seleccionador nacional de fútbol, más no sé de él, salvo que, junto a un grupo de futbolistas, nos llevaron a la gloria mundial en dicho deporte. Reconozco y valoro su gesta, pero,… también, en su medida y a su manera, lo hicieron y lo hacen otros deportistas, nuestros jugadores de baloncesto, nuestros jugadores de balonmano, tenistas, corredores de coche, de moto, de bicicleta,… un número importante de atletas, cada uno con sus logros, logros que no se pueden ni deben empañar por haber sido campeones del último mundial futbolero. Es de festejar sus hazañas, su esfuerzo, su tesón, su meta conseguida, pero de esto a concederle un título nobiliario… ¿A partir de hoy, Del Bosque, al ser nombrado Marqués de mano del Rey, tendrá sangre será azul y no correrá roja por su venas?
Desde la Edad Media, más o menos, arrastramos títulos nobiliarios; ¡menos mal que no van asociados a posibles diezmos! Tal vez, entrados en el siglo XXI, ¿sería más de quitar que de poner dichos títulos que postulan la sangre de unos frente a la de la plebe?
Y hablando de gestas y de atletas de élite, a los que valorar la gloria obtenida, también tendríamos que hacerlo con el panadero que trabaja cuando nosotros dormimos para ofrecernos el pan crujiente para nuestros bocatas, con el albañil que coloca ladrillo tras ladrillo, con la mujer de la limpieza que deja el suelo como los chorros del oro y en el cual se pueden comer sopas, con la abnegada madre, con el voluntarioso trabajador,… médico, montador de ascensores, cristalero, maestro, frutero, minero, ingeniero, maquinista, abogado, policía, artista, pintor,… y así uno y otro que hacen lo mejor posible su trabajo y lo consiguen en la medida de las posibilidades.
¿Envidia? No, ni es mi sueño ni me lo quita; mi objetivo es llegar a ser ¡caballero de la tabla redonda del Rey Arturo!
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