CORREO ELECTRÓNICO

sábado, 30 de abril de 2011

CARTA DE UNA CONFESIÓN


¿Tus preguntas obtuvieron respuesta?
No debes pensar que tú perdiste como ¿candidata? en una elección. Tal vez, perdiste lo que querías, pero no porque tuvieras  (perdona la expresión) una cantidad de puntos menor o que tus puntos fuesen de calidad inferior. Sólo fueron las circunstancias. Sólo las circunstancias. Las circunstancias son las que nos precipitan al abismo o nos arrastran hacia el arrecife.  No existieron dos platillos que sopesasen las posibles razones, unas frente a otras; de los probables intereses, unos frente a otros; no consistió en quién aportaría más a mi vida,... Opté por el camino fácil. Antes de conocerte, yo convivía con ella, teníamos estructurado a medio plazo un futuro deseable; habíamos entrado cada uno en la vida de otro y en la de nuestras respectivas familias. Parecía amarme, necesitarme y estar unida a mí.
Cuando te conocí, tú conseguiste llegar al “tópico” de mi existencia, lograste revolucionar mis emociones, mis pasiones, el deseo; encontré en ti algo que deseaba, al que pocas personas han tenido acceso. Fue tu actitud, tu sencillez, tu candor, tu,…
Me dio miedo tu acercamiento a ese yo escondido, de un ser un tanto desequilibrado emocionalmente.  Había salido de una relación infructuosa. Había entrado en otra relación y apareciste tú. Algo no pensado, algo accidental, algo no programado,… ¿no es así como algunos definen la pasión? Deseaba poseerte, sentirte mía, dos cuerpos unidos en uno solo; y, a la vez, me daba miedo y me dabas miedo. Recuerdo aquel día en el que me dijiste que no pasaba nada, que estabas muy revolucionada, pero que no te había llegado la regla. Sentía tu necesidad de mí, la cual me agradaba y a la vez la temía. Recuerdo tu “sarcasmo” (en sentido aceptable, no negativo) en el juego de la relación (bueno, lo he pasado bien, pero no he llegado al orgasmo). Recuerdo tu calle arriba, tu calle abajo y la esperanza de verte frustrada. La vuelta a mi domicilio dejándote allí en tu casa y yo a una realidad, tal vez no deseada, de la que me iba alejando paulatinamente a la vez que me asomaba a la tuya. Mas la distancia, el injurioso tiempo que me absorbía, el no tener un futuro claro,... Y huí.
Shakespeare, en Hamlet, expresa un ser o no ser; otro, aseveró “yo soy yo y mis circunstancias”. Así soy yo. Mas mis circunstancias me acompañan y, con ellas, mi pasado.
¿El por qué de mi sorpresa al volver a verte? No fue una respuesta de cortesía y educación, fue un respingo del alma. Mas te alejaste; bajaste la cabeza y, sin volverla un instante, desapareciste en la tarde. Y yo te vi marchar.
Miles de veces he pensado en aquellos días, en cada uno de los instantes en los que nos besamos, en los momentos en que nos abrazamos; y, aún, siento tu mano dócil acercarse a la mía; hasta he fantaseado con una realidad distinta, en la que tú y yo éramos los protagonistas. Sólo un tú y un yo.
Opté. Corté por lo sano. Tal vez, comodidad y una cierta tranquilidad no racional, o irracional. ¡Es muy complicado querer entender mi absurdo sentir! Tal vez, poca madurez.
Al principio, todo parecía revestido de una cierta aureola de dicha, una pareja feliz; pero el tiempo lo destapa todo. Y el cazador cayó sobre su presa y le cobró la vida.  Al poco de casarme con ella, me fui distanciando de su engañoso proceder.
¿Debería haberte llamado?, ¿debería haberte escrito una carta? ¿El por qué de mi tardanza? Jamás hubiera aceptado tu pecho como secadero de lágrimas, ni que dieras consuelo a mi desorden emocional.
Han existido otras mujeres a las que les he tenido o les tengo un grato cariño; y una logró conseguir algo más, poco más.  ¿Eran vías de escape?
 Un camino tortuoso lleno de miseria. Mi espíritu parece haberme abandonado y darse por eximido de este mundo.
No existe justificación. Y no me justifico. No lloro ni rechazo mis errores, convivo con ellos; pues, son míos y de nadie más. Y tu presencia siempre me acompaña, aunque fantástica, imaginaria, en el ¿recuerdo?,… En aquella calle tranquila, en aquel bloque, en aquel piso, en aquel salón, en aquella cama,… en el abrazo íntimo.
Las razones no dan validez a los actos. No persigo tu perdón. Soy fuerte para morir, mas soy débil para llorar; soy un engendro de hombre y de mujer, soy un romántico de debilidades y desentonación en el siglo XXI.

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