CORREO ELECTRÓNICO

jueves, 28 de abril de 2011

NO ERA HOMBRE DE UNA SOLA MUJER

RETAZOS DE FORTUNIOS E INFORTUNIOS DE UNA MIRADA.

¡No era hombre de una sola mujer! Dicho pensamiento atormentaba a ese hombre de mirada inquieta y, en ocasiones, esquiva. Sabía que si lo expresase en voz alta, un coro de voces no angelicales entonaría un “machista habemus”.
Nunca se había considerado un machista; en verdad, la figura de la mujer le había embelesado y embaucado en una vida de servidumbre, no de acoso y derribo al sexo contrario. Mas, no era hombre de una sola mujer. No se le podía declarar como un Don Juan mediterráneo. El cortejo es un juego de la propia naturaleza y él no sumaba derribos de presa, que, una vez conseguida, se abandona.
Su primer amor no fue una mujer bella, pero bello fue cada instante que compartió con ella; ¡un amor primerizo! El dolor de la separación, después del verano, la impaciencia y la desesperación del tiempo de espera,… la distancia, la distancia, la distancia, la distancia,… y… un recuerdo, una nostalgia, un “aquellos maravillosos años de ingenua juventud”. Y… un segundo amor.
Ese sábado, habían quedado  en la plazuela, y, desde allí, después de un paseo respirando la sensación de libertad y autonomía fuera del hogar parental, acabarían sentándose en la terraza de verano de uno de los bares de los que eran asiduos el fin de semana; beberían alguna que otra caña, picarían alguna que otra ración de patatas a la brava, patatas alioli, calamares u oreja de cerdo y fumarían algún que otro cigarro, tragándose a "trompicazos" el humo del pitillo.
Un corrillo se había formado alrededor del banco en el que solían esperarse. Una morena de media melena, adornada de alguna ondulación, y una rubia de  bote, de pelo corto, eran el centro de atención. La morena, la del pelo ondulado fue su segundo amor, un amor en el que compartieron desde los más mínimos hasta los más espaciosos instantes. Formaban la clásica pareja que provoca celos entre los más cercanos. Dos jóvenes de aspecto agradable, en progresión a desarrollos cultos y educativos y de un “Jo, tío, que suerte han tenido”. Mas, lo que bien empieza, no tiene por qué acabar bien. Tal vez, el excesivo respeto de él hacia ella; tal vez, la deshonestidad del amigo cercano que deseaba abordar la nave ajena; tal vez, una maduración más práctica en ella  frente a la ingenuidad y ensoñación de él; tal vez;… La nave escolló, ante el ataque del amigo corsario. Y él se alejó digno, sin combatir, dolorido y… ateo al amor.
¡No era hombre de una sola mujer! Después de despedirse de su segundo amor, empezó la carrera imparable de inconsistencias; sus nuevas relaciones no llegaban a acercase a los doce meses; antes “de”, rompía candorosamente con su… ¿pareja? Acercarse al formalismo y solidez de un noviazgo le daba miedo; el subconsciente le traicionaba; no reparaba en los sentimientos, en los posibles beneficios emocionales con cualquiera de aquellas chicas; sólo existía un “hasta aquí he llegado y no puedo continuar”; excusas, miles; la verdad, la única verdad estaba atemperada en su corazón. ¿El escarnio del segundo amor? ¡No era hombre de una sola mujer! Sin ninguna razón, sin ninguna señal, sin declive en la relación les plantaba un “lo siento” frente al “pero, ¿por qué?
-       Joder, qué tío, como liga; y no se sujeta; va de flor en flor.
Su sonrisa más bien jugaba con el tópico, no con la sensación del macho depredador.
Y, después de tantos años, de tantas relaciones sin acabar, llegó ella, su tercer amor. Morena, de pelo corto y a lo afro, de sonrisa cariñosa y de dulzona mirada. Y él volvió a creer. Educados, cultos, afables, de posible futuro interesante. Y… de nuevo llegó el mal. Él, una flor joven de un presente prometedor, enmustió. La muerte en vida. La enfermedad le llevó a perder una a una sus posesiones, su tercer amor. Abatido, sin dignidad, apelaba, gritaba colérico al devenir de su vida. Un escepticismo cruel le adujo.
¡No era hombre de una sola mujer! Volvería a las andadas, al nunca acabar; no fraguaría ningún futuro posible. Mas, esta vez, el destino no le fue propicio. Tal vez, la que le hubiera abierto los brazos no recibió el ofrecimiento de sus labios; tal vez, aquellas a las que presuntamente se lo ofreció, ni lo tenían ni lo veían claro. Uno a uno sus amigos se casaban, tenían hijos, se responsabilizaban en sus nuevas tareas, en su nueva faceta. ¡Él no era hombre de una sola mujer!, pero los envidiada, los consideraba afortunados; tal vez, sólo tal vez. Y, en su apesadumbrado presente, llegó un cuarto amor; un amor adulto, moderado, placentero, un amor “más práctico”; un amor distinto, pero que logró desatrancar la puerta y que bebiera del grifo de lo cotidiano, de lo ordenado, de la generalidad. Y mantuvo un cierto equilibrio. Mas, no era hombre de una sola mujer y… lo que tenía que suceder, sucedió; abandonó el hogar sin pena ni gloria, cansado de una mujer posesiva y celosa. Una nueva vuelta de tuerca, un volver a empezar. Las heridas se le sumaban, pero habían dejado de tener importancia; tal vez, la primera herida presidía a las otras tres. Cuatro amores deshechos  y un sinfín de relaciones sin completar.
¡No era hombre de una sola mujer! Sus ojos se posaban en una y en otra; en las unas por su buen tipo, en las otras por su sencillez; en las unas y en las otras. No importaba su condición, fueran solteras o casadas, no importaba los condicionamientos físicos, sólo buscaba, sin ánimo de posesión, la sensación plácida de la lealtad y de la ternura. Entre estos tropiezos, llegó un quinto amor. Mujer de media melena de un castaño a un rubio suave, primeriza en el amor y de temple agradable. El tiempo lo cura todo y empezaba a ser feliz, mas el tiempo lo destapa todo. Y fue perdiendo fuste y fuerza, “el cazador se sentía cazado”, cayó en la trampa mágica de la bondad, de la felicidad, de la dulzura. Y, en su interior, se escuchó un ruido de cristales rotos.
Y un sexto amor, paralelo al quinto. Ternura, estima, admiración, complacencia, gozo,… ¡Grato amor!. Mas, ¡no era hombre de una sola mujer! Eligió y perdió.
Nuevas caras, nuevas historias entre la realidad y la fantasía. Y un séptimo amor. Un amor sin tópicos, más allá del bien y del mal, de infidelidad a sus parejas. Un amor joven, un amor lozano, un amor alocado, un volver a beber los vientos de la alejada y perdida juventud; mas no es hombre de una sola mujer, ni un Don Juan mediterráneo de ulcerado machismo.

1 comentario:

  1. ¡ BUEN TRABAJO.ME HE PERMITIDO HACER USO DEL APARTADO DE SEGUIDORES,,,, SUERTE.
    piosset@yahoo.es

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