Una foto, un instante; mas la vida está repleta de instantes que conforman la semblanza del individuo. Tal vez, individualmente, no expongan el alma de una persona, pero si los sumamos a las ideas, pensamientos, haceres, decires, sensaciones y sentimientos se consagran como el patrimonio real de cada ser, el único baúl que le acompaña de principio a fin. A veces, nos resarcen de la fantasía de una vida no plena, de los ideales que se desvanecen en el transcurso y avatares de la vulgaridad.
Nacemos, morimos, mas la muerte física es el último adiós y el último peldaño; otros adioses se plasmaron al apagarse la ingenuidad de la juventud.
Un beso, un instante; una oleada de pudor, un sonrojo, un deseo, una sensación efímera para depositar con celo y mimo en cualquier caja de zapatos en la que acomodar los recuerdos.
Un coleccionista de instantes se asemeja a un poeta de la nostalgia y ello no supone anteponer el becerro de oro, una foto, una instantánea, al mismo recuerdo.
¿Deduciríamos la sensualidad en la imagen parca en palabras? ¡NO!, mas la imagen pone cara al chispeo de los ojos y al rosado de las mejillas. Una foto, un instante.
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