Hete aquí que parecía que nuestra huerta provocaba deterioros a los alemanes y a alguno más que se apuntó al engendro.
Hete aquí, ahora, un no; nuestros pepinos, nuestras verduras parece ser que no lo provocaron, eso dicen.
¿Y ahora qué? ¿Qué se hace con la alarma y el pepino? La alarma deja de sonar y su achicharrado o aflautado “soniquete” va desapareciendo en el tiempo de descuento, como en un partido de fútbol. ¿Y el pepino? ¿Hacemos abrigos con su piel?
¡Piel de pepino!, sustituto de las pieles de los animales, o de la tapicería del mercedes.
¿Y la carne del pepino? ¡Para la cosmética!, todos a darse capas de pepino licuado en la piel, para rejuvenecerse y con ello la mala leche.
¿Y de las pérdidas? Las perdidas hacen mella en la herida de la crisis; pero, por una más,… ¡qué más da!, si a los españoles lo que les sobra es capacidad de sufrimiento y amargor, el amargor del pepino. Y para “tronche” los leganenses son pepineros; pues, que tengan a bien no chancletear por nuestra querida Alemania, no sea que propaguen una plaga al más estilo de las películas bacteriológicas de nuestros muy amados americanos.
Era un sí y ahora un no.
¡Un error lo tiene cualquiera! Cierto es, mas algunos y algunas, ciertos y ciertas, se comportan como unos ¿cualquiera?, sin abrigo de piel de pepino y sin cosmética en todas ¿sus rancias arrugas de una estela de escasa pesadumbre?
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