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lunes, 8 de agosto de 2011

LA BUENA SUERTE DE LOS


Dícese de los malignos, carotas, sinvergüenzas, vagos, maleantes, cafres, dañinos, inmorales, deshonestos, podridos,… que tienen suerte o buena suerte. Es una máxima popular fácil de creer y difícil de digerir frente a las adversidades que viven los honrados, decentes,… y cumplidores. Yo también la asumí como realidad a las situaciones en las que comprobamos como parece cumplirse o ajustarse un 100 % dicha máxima popular.

Mas, si recapacitas, si fríamente la analizas compruebas que no es verdad, ni en un 1%.

Descontando otra máxima popular que expresa que el tiempo o que Dios pone a cada uno en su lugar y que ningún acto malvado se escapa sin castigo, la verdad, la cruel realidad es que al maligno si las cosas le salen bien es porque sus actos se proyectan en personas débiles o en buenos que sobrepasan el límite de tontos; débiles y tontos con actitud de cesión, perdón, síndrome de Estocolmo, conciencia de bienhechor, reconcome de estómago ante cualquier acto que pueda perjudicar a otro y un largo rechazo a vulnerar la presencia de cualquier ser, no dando replica y soportando las acciones del deshonesto.

Injustamente, por el abuso que sufren del malhechor, y, ante su dolor, sí conocido pero no comprendido, le definen con el estúpido juicio de haber llegado a tal situación por “ver por los ojillos del depredador”.

A la bondad anclada en su interior, al aceptar condiciones del otro, pues le da lo mismo que lo mismo le da una u otra y que la otra persona imponga sus normas frente a las de él, que considera sin importancia, a su cesión de terreno sin límites,… lo denominan ¡debilidad! Y se le subraya con la expresión ya mencionada de ¡“ver por los ojos del otro”!

¡Y él creyendo que deshacerse en cesiones hacia los demás era expresar el sentimiento de cariño de su interior!... Menudo memo, menudo ingenuo, menudo tonto,… un calzonazos, un infeliz, un…

¿Buena suerte? No.

¿Acoso a aquel del cual pueden abusar sin contraprestación? Sí.

Un abuso creciente, un abuso crecido ante la benignidad de su presa. Una presa bien elegida y fácil de capturar. Una víctima en la que descargar frustraciones, a la que humillar, escupir, torturar y desposeer de sus bienes interiores con el regocijo de la perversidad. Un botín de agresivos complejos y baja autoestima que machacan histéricos e iracundos ante la falta de ataque del elegido. Salirse con la suya, a la vez que sentirse un caballo ganador, más la defenestración de un adversario no válido es la orientación en su vida. Los objetivos no son oficiales, no están escritos, no pertenecen a un manifiesto conceptual, son necesidades descomedidas afincadas en su entramado emocional por situaciones vividas que no les importa repetir, provocarlas en una inconsciencia consciente en vez de desahuciarlas en el pasado. No es una clara elección, tampoco se puede considerar como un síndrome sin posible curación. La grandeza del humano es superar, reconvertir, modificar,… mas es más fácil tomar el camino corto, avocados a la testarudez de que son los unos los confundidos, los que no llevan la razón, los desequilibrados, a los que castigan una y otra vez, en un intento de despellejarlos y dejarlos al frío de la sinrazón, llegándoles a hacer creer que pueden ser víctimas culpables.

No es buena suerte, es no recibir con reciprocidad su malandrín donaire.

Mientras el afectado mantenga la boca cerrada y los puños prietos en los bolsillos, seguirán torturándolo, degollando su integridad, menospreciándolo en su vivir día a día.
No es buena suerte, es enfrentarse a un juego en el cual no puede perder, pues el adversario no denota su misma agresividad.

Las gentes de alrededor lanzarán en voz baja y con cierto talante compresivo hacia el otro, el maligno, un “pobrecillo ¡lo que sufrió de pequeño!” Una justificación de lo vivido y aprendido en el pasado para o hacia un acoso en el presente.

No es buena suerte, es jugar con las cartas marcadas y conocer de antemano el resultado, un resultado esperado.

Mientras, el humillado, muere de asco en el trajín de la propia sociedad, una sociedad capaz de medio justificar con el pasado los actos del cabrón.

Mientras, el humillado, sólo alcanzará la caridad de la pena.

A veces, la glotonería del chupasangre arrebola al desposeído y, éste, se revuelve frente a las cartas marcadas dando un giro al final previsto, dejando sin carnaza al carnicero de turno. Y la rabia entra en el carroñero, ante su derrota o final putrefacto.

No es buena suerte, es la diferencia de actuación y de sentir entre el acosador y su pieza.

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