Optimismo. ¡Todo va bien!
Mas no es una máxima,
Y juega descaradamente con la realidad al escondite,
Y ensombrece verdades frente a la detestable banalidad; recoge la realidad bajo la alfombra.
¿Quién no se plantea el imposible de que todo vaya bien? Es difícil que se cumpla en todos y cada uno de nosotros o ellos.
Todo, de adjetivo definido como “dicho de una cosa que se toma o comprende enteramente en la entidad o número”; todo, de adverbio definido como “enteramente”, a la forma de ¡todo va bien!, va un mensaje carente de universalidad, engañoso y de un arte pícaro.
¡Todo va bien! es la frase que necesita un pueblo en su sesteo. ¡Qué nadie le cause susto o desagrado! Un vivir en la inopia. ¡Qué nadie destruya los hábitos del correr del tiempo como conocemos o nos hacen conocer!
Los observadores, aquellos que mascullan desde su interior la imposibilidad de que todo vaya bien, son incómodos al pueblo del sesteo y se les tilda o clasifica de pesimistas, de ennegrecidos augurios y cuervos de pico agresivo a la felicidad.
Y, allí, en el centro del berenjenal, uno, el vendedor, que con una ligera sonrisa y unos lascivos ojos necesitados de poder, de un escalafón por encima de los demás que le afirme como ser superior, proclama, grita a los cuatro vientos, repite una y otra vez como poseso, sin dar tregua al momento, un ¡conmigo, todo va bien!, como invitación a tomarse con él un cubata de ¿hermandad?, ¿amistad?, ¿complicidad?,… ¡Y el cubata está adulterado! Tiene poco ron, ginebra, whisqui,… además es de mala calidad el alcohol utilizado y está ahogado y no sólo por el hielo que se derrite. Mas cuando uno está borracho del ¡todo va bien! no percibe la calidad de lo que le ofrecen, de lo que bebe y tampoco que la ronda no le sale gratis, pues, al final, la paga él. Sólo se llega al destello de la verdad cuando te sientas en una silla frente a los demás y, de uno a otro, pasa la pelota de nuestras vidas, lo que somos, lo que queremos, lo conseguido… En voz alta declaramos “yo soy fulanito de tal y tengo adicción al todo va bien. El páncreas lo tengo jodido y los riñones ya no filtran bien. Mi vida se ha ido al carajo. Soy uno más de los adictos anónimos al “todo va bien!”.
Si alguien nos preguntase el ¿por qué de la primera vez?, después de un sinfín de respuestas, que vagan insípidas en nuestro pensamiento y conocimiento, respondemos con un ¡yo quería ser feliz, sentirme feliz; por ello, abandoné mi suerte en las manos de él o de ellos, los que parecían saberlo todo, los que parecían saber de mi necesidad!
Entonces, desde el más allá de la vulgaridad, alguno nos apostrofará con un ¡necio, te dejaste convencer!
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