Desde que recogió las llaves de su nueva casa, se dedicó a embellecer y dar alegría y color a las paredes blanquecinas. Colgó cuadros de fotos, que hablaban de la nostalgia del pasado, del transcurso del tiempo hasta su momento actual, y cuadros, diversos cuadros de variopintos temas y técnicas, aunque el realismo y el costumbrismo eran los que más se reflejaban entre sus gustos. Sólo quedaba el frontal del salón; lo había dejado para el final, como colofón a su trabajo de decoración de paredes de luminosidad blanquecina. Su elección sería más meditada y el gasto económico mayor, el lugar lo merecía. Todos y cada uno de los cuadros eran importantes, pero un cuadro en el pasillo, por ejemplo, en el lateral de un ir y venir, no llegaba a ser tan endiabladamente necesaria su temática, su composición y su misma esencia en las pinceladas y el color que aquel que colgaría frente a su prolongada mirada desde el sillón, en el que descansaría sus horas muertas; su mirada se elevaría de la lectura del libro del momento, de la pantalla del televisor, del adormilamiento por cansancio,…; siempre tropezaría con el cuadro que eligiese para dicho frontal del salón. Si tomara el auricular del teléfono para escuchar a través de él, centraría sus ojos en un punto vago y ese punto determinaría su esencia cotidiana; cuando escuchara música, su cabeza la apoyaría entre los orejones del sillón y su mirada terminaría clavándola en aquel centro de color; siempre estaría presente en las múltiples actividades en la sala, su refugio más agradable. No debería precipitarse lo más mínimo, dar tiempo al tiempo para la búsqueda y el feliz encuentro con el cuadro que presidiría muchas de las horas de su vida.
Decidió abrir las puertas de su casa a su familia, a sus amigos, a sus compañeros de trabajo. Y su casa fue visitada tanto por los unos como por los otros que observaron y admiraron el buen gusto en el planteamiento y utilización de los múltiples espacios, mientras eran gratificados con un buen vino de dominación de origen de la Ribera del Duero, con un punto de acidez, y típicas tapas de la cocina española.
Pasados 13 días, recibió una inesperada sorpresa. una empresa de transporte traía a su nombre un paquete de gran tamaño y de poco grosor. Firmó el recibí y desenvolvió con curiosidad el objeto recibido. ¡Un quebranto en su mirada, un quejido en sus ojos! Las visitas invitadas a la inauguración de su casa, notaron el hueco en el frontal del salón y decidieron hacerle un regalo: ¡Era un cuadro! ¡Un cuadro al gusto de los otros!
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