CORREO ELECTRÓNICO

lunes, 28 de mayo de 2012

A VECES


A veces, me pregunto la razón de mi existencia; tal vez, exista una vida para cada cual y la mía o no la encuentro o la siento lejana a mi necesidad de ser y de sentir. La excesiva sensibilidad es atroz, apedrea uno a uno los años de la jodida existencia. Los sentimientos, por encima de la carne, del placer mundano, revestidos de una aureola de asquerosa pasión, sin la posibilidad de un lugar donde guarecerse, expuestos a cualquier fisgón, pululan ingenuos entre una masa de figuras sacralizadas ante la fusión de la comodidad, el miedo, lo rancio del ser humano, la idiotez, la preeminencia, el “figurantismo”, la cortesía políticamente correcta, el pasotismo, el oscurantismo, los complejos, el juego del yo, las cartas marcadas, las teorías “cientificadas”,… infinidad de traiciones a lo más simple y sencillo.
El hombre aprendió a vestirse; decidió tapar sus vergüenzas, sólo permitidas en su alocada juventud.
A veces, me pregunto la razón de la presente complejidad del sentir, del sentimiento puro, sin traumas del momento.
A veces, me pregunto, por qué algunos de nosotros somos portadores de dichos sentimientos que te llevan a la más probable frustración.
A veces, me pregunto por qué airearlos, si el aire es frío y cortante. Una y otra vez son aplastados como larvas de insectos que infectan el espacio de otro.
A veces, me pregunto el por qué de su existencia. Te anudan las tripas, te extraen las vísceras, te corroen el entendimiento, te disparan la nervadura y te reconcomen el alma. Y una comezón se alza en el más abstracto y absurdo corazón.
A veces, me pregunto el por qué del lloro que aflora en las pupilas del becario de nefastos atributos, emponzoñando el rostro en su salado y triste recorrido. Se llora en soledad. En los controvertidos cruces de caminos. En tu habitación, a solas, sin luz, sin sombra.
A veces, mueres eternamente. Tu vida se apaga, como tus ideales de juventud sin cumplir.
A veces, me pregunto por qué no callar, por qué no aceptar el exilio al silencio.
A veces, me pregunto cómo desasirse de dicho embalaje.
A veces, me pregunto y mi pregunta queda lapidada en mis labios, tal vez, como un beso decalabra el entendimiento. A veces.

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