CORREO ELECTRÓNICO

martes, 10 de julio de 2012

PARÁBOLA DE LOS PIES DESCALZOS


Mamá africana dirigió sus cortos pasos hacia aquel pequeño almacén de ropa usada, importada por voluntarias lechosas de una ONG europea que cada cuatro meses les visitaba, auxiliándoles con aquellos presentes.  Se acopiaría de dos pares de zapatos para sus negritos, Abdul (sirviente del señor) y Elewa (de buenas ideas).

Sólo quedaban dos pares, los dioses la habían oído y habían permitido que sobre aquella mesa encontrase la respuesta a sus ruegos, dos pares de zapatos, usados, claro está, pero de muy buen ver, pues en el allí de donde los traían los compraban, los usaban, los cambiaban por otros al gusto actual  y los entregaban de balde para los sufridos pies de los que tienen poco o nada. Los atenazó con sus largos y oscuros dedos. el calzado era más bien pequeño, más pequeño que los pies descalzos de Abdul y Elewa, pero eran de piel de vacuno, la plantilla en su interior era casi nueva y la goma no estaba casi nada gastada, mismas características para los dos pares; aunque eso sí, el color era, cómo decirlo, apagado, desmesuradamente apagado para los gustos africanos de un abundante colorido, los gustos de los habitantes de aquellas tierras cercanas a la vez que lejanas, en donde algunos pocos de la aldea se encontraban, después de una travesía incómoda y peligrosa.

Volvió sobre sus pasos. Abdul y Elewa salieron a esperarla y se los quitaron de las manos, no dándole tiempo a enseñarles el obsequio; la impaciencia ya formaba parte de la vida en la aldea.

Tanto Abdul como Elewa los encontraron pequeños, pero mientras Abdul intentaba que de algún modo y manera encajaran en sus doloridos pies por momentos, Elewa declinó su interés y desistió en pretender calzárselos y soportar el suplicio de su reducido y carente de color par de zapatos. Abdul consiguió mal introducir su pies, sus dedos parecían jugar a irse cada uno a un espacio, a la vez que se retraían y doblaban doloridos ante la escasa anchura. ¡Todo sería acostumbrarse, dar tiempo al tiempo, pues dicen que el tiempo lo cura todo! (a Abdul se le agarrotaron los dedos, una malformación que trastocó su equilibrio motor)

Mamá africana, ante la actitud de Elewa por no insistir en lograr calzarse aquellos zapatos (usados, claro está, pero de muy buen ver, pues en el allí de donde los traían los compraban, los usaban, los cambiaban por otros al gusto actual  y los entregaban de balde para los sufridos pies de los que tienen poco o nada; zapatos que los dioses, al escuchar sus ruegos, habían protegido, sobre aquella mesa, junto a los de su hermano), reunió todos sus pareceres  en uno solo y le descargó un contundente apellido: 

- De-sa-gra-de-ci-do

Su hijo padecía de la insana ingratitud de los que pretenden y no se conforman con cualesquier cosa; Elewa no valoraba lo suficiente aquello que se le ofrecía, pequeño sí, pero existente; sus reflexiones y su negativa tenían pigmentos populistas, según los más sabios.

(Elewa siguió jugando con sus pies descalzos, de duras callosidades y agrietados, y con el desapego a lo que no le auxiliaba)

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