CORREO ELECTRÓNICO

viernes, 22 de marzo de 2013

PARÁBLA DEL CATADOR DE VINOS


En cierta ocasión, cierto individuo de cierto cargo público alardeaba de poseer un paladar capaz de saborear y declarar la belleza del mejor vino. Hoy, el protos; ayer pudo ser el Ribera del Duero, como anteayer el Rioja. El febril esnobismo es quien orienta su necio consejo y necia sentencia. Cierta anfitriona abrumada de tanta sapiencia engañosa del mencionado individuo penetró en la cocina, abrió la nevera y llenó un vasito del vino del tetrabrik que tenía abierto, un vino de granel, de función “colorear la comida”. Y lo aderezó con alguna especie culinaria, como cuando se necesita engañar al paladar ante un guiso sin sal. Le mostró al invitado el vaso del vino preparado como vino añejo de excelente calidad, salido al mercado con denominación de origen. El individuo lo tomó con dos dedos de su mano derecha, meció el contenido salpicando por su mala destreza, se lo asomó a los orificios de sus napias, inspiró profundamente, sorbió un algo entre sus bigotudos labios y… ¡Excelente! ¡Un vino excelente! ¡Un vino de calidad! ¡Un buen vino de mesa! (¿Esnobismo, soberbia, cortesía?) ¡Qué de muchos halagos salpicaban el aire de la tarde!

A veces, y no son excepciones, en nuestro deambular de aquí para allá, topamos con individuos que venidos de menos a más, pretenden sentirse más que los demás, pues lo vulgar no es comunión para ellos. ¡Necios diría yo!

¡Cuánto falso cicerón de la vida que expone su escasa personalidad y conocimiento como ideal a posibles imitadores!

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