CORREO ELECTRÓNICO

miércoles, 13 de marzo de 2013

PARÁBOLA DEL SERMÓN


Desde lo alto de la escalera les conminó a pensar que todos éramos hijos de un mismo padre. Y  la risa no se hizo esperar. ¡Qué estupidez! ¿Hijos de un mismo padre?
Una segunda vez les advirtió que eran hijos de una misma madre. Y la risa no se hizo esperar. Una desagradable voz bramó con un ¡tu puta madre, la mía no!
En una tercera, les arengó a significarse como hermanos los unos con los otros. Y la risa no se hizo esperar. Un repugnante macho bufó un ¡hermanas, venid  conmigo a que os folle!
En una cuarta, les habló de la pigmentación de la piel y de que los colores se encontraban conexos en el arco iris. Y la risa no se hizo esperar. Una dentelleante mujer gritó un ni con los rayos uvas, que me cuestan un huevo, mi piel se pone negra!
En una quinta, les profirió la necesidad de ayudarse, ofreciéndonos a las clases más desposeídas en una sociedad capitalista de pobres y ricos, de poderosos y de desahuciados. Y la risa no se hizo esperar.  Un jovenzuelo, entre pícaro y pendenciero, mientras trasteaba con su pie derecho simulando una cómica cojera y una lengua templada por el alcohol, extendió sus manos con un ¡dadme algo que soy pobre y tengo piojos y lo poco que gano me lo gasto en cogorzas!
En una sexta, les formuló la máxima de que lo que hagas al prójimo se te volverá contra ti. Y la risa no se hizo esperar. Un famélico fulano soltó un ¡si yo te jodo, tú me jodes! ¡Qué mayor place que joder!
En una séptima, les indujo a pensar no en sí mismo, sino en los demás. Y la risa no se hizo esperar. Una asexual chavala rumió un ¡yo me fijo en el novio de mi amiga, que tiene tabla y está cojonudo; lo quiero para mi menda!
En una octava, les aseveró que la frialdad en los sentimientos, la indiferencia en el corazón no reportaba ni alegrías ni felicidad. Y la risa no se hizo esperar. Un desangelado coro de voces entonó un ¡ándeme yo caliente y ríase la gente!
Y una novena, y una décima, y una onceava; y, en la doceava, el amasijo de bultos humanos se abalanzó sobre la escalera y la incendió. El orador desapareció convertido en brasas, ascuas y cenizas. Las cenizas revolotearon en el pastoso y cálido aire de la tarde alcanzando la noche opaca, asfixiando los sueños de lo efímero. 

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