Desde lo alto de la
escalera les conminó a pensar que todos éramos hijos de un mismo padre. Y la risa no se hizo esperar. ¡Qué estupidez!
¿Hijos de un mismo padre?
Una segunda vez les advirtió
que eran hijos de una misma madre. Y la risa no se hizo esperar. Una
desagradable voz bramó con un ¡tu puta madre, la mía no!
En una tercera, les arengó
a significarse como hermanos los unos con los otros. Y la risa no se hizo
esperar. Un repugnante macho bufó un ¡hermanas, venid conmigo a que os folle!
En una cuarta, les habló
de la pigmentación de la piel y de que los colores se encontraban conexos en el
arco iris. Y la risa no se hizo esperar. Una dentelleante mujer gritó un ni con
los rayos uvas, que me cuestan un huevo, mi piel se pone negra!
En una quinta, les
profirió la necesidad de ayudarse, ofreciéndonos a las clases más desposeídas
en una sociedad capitalista de pobres y ricos, de poderosos y de desahuciados.
Y la risa no se hizo esperar. Un
jovenzuelo, entre pícaro y pendenciero, mientras trasteaba con su pie derecho
simulando una cómica cojera y una lengua templada por el alcohol, extendió sus
manos con un ¡dadme algo que soy pobre y tengo piojos y lo poco que gano me lo
gasto en cogorzas!
En una sexta, les formuló
la máxima de que lo que hagas al prójimo se te volverá contra ti. Y la risa no
se hizo esperar. Un famélico fulano soltó un ¡si yo te jodo, tú me jodes! ¡Qué
mayor place que joder!
En una séptima, les indujo
a pensar no en sí mismo, sino en los demás. Y la risa no se hizo esperar. Una
asexual chavala rumió un ¡yo me fijo en el novio de mi amiga, que tiene tabla y
está cojonudo; lo quiero para mi menda!
En una octava, les aseveró
que la frialdad en los sentimientos, la indiferencia en el corazón no reportaba
ni alegrías ni felicidad. Y la risa no se hizo esperar. Un desangelado coro de
voces entonó un ¡ándeme yo caliente y ríase la gente!
Y una novena, y una
décima, y una onceava; y, en la doceava, el amasijo de bultos humanos se
abalanzó sobre la escalera y la incendió. El orador desapareció convertido en
brasas, ascuas y cenizas. Las cenizas revolotearon en el pastoso y cálido aire
de la tarde alcanzando la noche opaca, asfixiando los sueños de lo efímero.
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