Hablemos de sacrificio como
el esfuerzo que uno realiza sin tener en cuenta la capacidad, el trabajo, el
sacrificio de los demás (Por qué yo y no
otros o los demás / Para que yo… que lo haga él o ella/ Si él o ella no, yo
tampoco,… y otras manifestaciones o cuestiones similares sean en el
trabajo, en la familia, en el grupo de amigos, conocidos, en asociaciones,… en
cualquier tipo de agrupación que se trabaje para un objetivo o fin, por muy
simple o singular que sea el mismo).
En el trabajo, hay personas
capaces, por naturaleza o por convicción, de dar más de lo que se espera de un
funcionario en la educación, por ejemplo. Desarrollando un potencial de trabajo
a su alrededor, sin mirar si tal o cual compañero va paralelo a él, no
importándole que su trabajo redunde en beneficio de los dos o de la entidad e
institución (colegio, instituto,…). No es una actitud alabada ya que algunos no
le ofrecerán valor y terminarán calificándolo de imbécil por ir más allá del
horario físico y por no saber desconectar. ¿Y si surgen desavenencias con ese
sector cercano a ti? Entonces, es cuando la capacidad de sacrificio, aunque
siga existiendo, no se comparte con ese sector, al no merecerse ni un segundo
de la capacidad de sacrificio (sacrificio del bueno, no del malo, como el
colesterol, pues hay de los dos). Y esto no gusta en los que se apoltronan en
tu trabajo a la vez que critican la nueva situación. A los que hay que unir los
que cortan las cintas del o con el trabajo ajeno; cuando se tiene tijeras pero
no cinta para cortar es lastimoso, como lastimoso empieza a ser su proceder con
aquel que se niega a trabajar más allá del límite por “un colesterol malo”. Si
antes formaba parte, ladrillo a ladrillo, de una infraestructura, ahora ya no
es nadie.
En la familia o grupo
familiar primario, también hay quien no le importa ofrecer todo su potencial a
los seres queridos, facilitándoles su bienestar y comodidad físico-mental. También
calificado como imbécil y criticado de llevar a cabo una mala educación al
permitir que esto suceda, la comodidad de los otros. Mas él considera que ya
habrá tiempo para que ofrezcan ellos su propia capacidad de sacrificio, existen
diversas y diferentes etapas en la vida y la vida requiere de ciertos
esfuerzos. ¿Y si surge una adaptación a la comodidad exagerada, es decir
vaguería, en aquellos hacia los que se ha dirigido y se sigue dirigiendo su
sacrificio, cuando los cómodos se plantean las preguntas-respuestas esquivas al esfuerzo (Yo hago esto y el otro
o la otra se toca “el papo”, pues paso), no importándole el ejemplo recibido,
no valorando la capacidad de sacrificio que ha percibido, repudiando las
razones por las sensaciones molestas que ha provocado con dichas actitudes?
El imbécil, con los
sentimientos destrozados y las sensaciones en compleja negatividad, seguirá
sacrificándose, en uno u otro lugar, mientras segundo a segundo muere en la
ignominia de una sociedad que no desea ejercer y desarrollar la capacidad de
sacrificio (la buena) ni de justicia social, pues se sopesa antes de actuar;
los preceptos de filosofías, entre ellas la cristiana, no han logrado
sustentarlos, realizándose un abismo entre lo uno y lo otro, dos extremos que
no se tocan.
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